La culpa es del chancho (Crónica de un hecho real)
Reconozco que a medida que envejezco, o me pongo más grande
para ser más suave, voy queriendo menos el verano con sus días tórridos,
imposibles de soportar si no es con aire acondicionado. Francamente
intolerables! También debo asumir que a esta altura de mi vida el majestuoso
río Paraná me gusta más para contemplarlo desde la barranca, sentado en mi
sillón y tomando mates. Eso de introducirme, pisar barro o ser mordido por una
simpática palometa está dejando de ser parte de mis placeres.
Esto empieza hace pocos años en ocasión de lo que llamaría
“la fiebre del río” en mi familia que incluyó la adquisición de primorosos
kayaks para navegar cuando uno quiera por el imponente río marrón. Recuerdo acá
que lo de marrón seguramente tiene mucho que ver con el barro, que como comenté
no me gusta pisar.
La presión y la insistencia de ir a navegar fueron en
aumento. El esfuerzo físico tampoco es mi debilidad, así que de solo pensar en
cargar con el pesado elemento llamado kayak, bajarlo de su habitáculo en la
guardería, limpiarlo, cargarlo a mano o en esos andadores con ruedas y cruzar
la calle para llegar al río, de solo pensarlo me dan ganas de irme prontamente.
Fue un día de debilidad propia o vaya a saber que recuerdo juvenil de viejas
excursiones que acepté y allá fuimos con un grupo de amigos en kayaks propios y
piragüas alquiladas de dudosa estabilidad y muy propensas a llenarse de agua a
cada momento. Luego de todo el ritual llega el momento de poner el elemento
flotante, kayak, en el agua. Hay que empujarlo hacia sectores más profundos que
le permitan flotar con un individuo encima, lo cual implica transitar por
lugares con abundante y pegajoso barro, del cual ya he emitido opinión y no
quiero ser redundante.
La travesía se desarrolló con una calma asombrosa, esquivando
lanchas y barcos gigantes que te llenan la embarcación de agua, soportando la
alegría de mi mujer a la que estas actividades la llenan de alegría y comienza
a reírse sin parar cuando hay que sacar el agua con una botella cortada o una
esponja, sentir los pies totalmente en el agua y otras delicias semejantes. Los
brazos que empiezan a sufrir el trabajo incesante de remar, esfuerzo al que
están totalmente desacostumbrados. Y es aquí que el enorme placer de navegar se
resume en una sola pregunta: cuánto falta , en una sola necesidad: llegar y en
una autocrítica: para que mierda acepté si ya sé que me hincha las bolas. El
tema es no demostrar el cansancio, poner cara de “hasta Martín García no paro”,
responder que estoy muy bien y no me canso nada ante cada pregunta de los que
con la misma cara navegan a mi lado. Solo tengo una duda, será verdad o mienten
igual que yo?
Luego de un tiempo que no puedo calcular, pero que fue
bastante largo, casi interminable llegamos al paraíso que se ve solo del otro
lado del río y que los que no son lo suficientemente audaces para cruzar nunca
van a conocer. Isla virgen, o sea un lugar con mosquitos en abundancia que
forman parte del comité de bienvenida, barro en mucha mayor cantidad que a la
salida, un poco de arena por algún lado y un montón de gente en canoas,
lanchas, jets sky y otras cosas similares que hacen que este “paraíso” esté más
concurrido que Cordoba y Corrientes un viernes a las 7 de la tarde. Ahora todo
el trabajo al revés, sacar el kayak del agua, aguantando las incipientes
ampollas en los dedos generadas por el remo. Pisar el barro, obvio, subirlo a
una altura indeterminada, pero que puede ser lo suficientemente alto como para
romperme la cintura. Pero eso no es nada! Nos sentaremos en la silla más incómoda
del mundo, pero que es lo suficientemente chica para caber en el vehículo
acuático, comeremos comida y bebida que hemos llevado ya que estos lugares tan
apreciados no tienen bares ni cosas semejantes. El día pintaba mínimamente
complicado, pero la vida siempre depara sorpresas que cambian las cosas de
forma inesperada.
A poco de acomodarnos, en la incomodidad del lugar observo a
la distancia un hermoso y voluminoso chancho de la isla, cuyo salvajismo
desconocíamos para ese momento. Si recuerdo su estampa de………..de chancho hecho
y derecho engordado en la isla por cosas de las que muy pronto me enteraría.
Paseaba su figura ante nuestra vista con un tono exhibicionista y casi
desafiante. Decidimos entregarnos a los placeres del agua del río marrón,
flotando lo más que se pueda, para no pisar el omnipresente……barro. Y asi
pasamos unos placenteros? momentos.
La paz de la tarde fue interrumpida por una jovencitas de la
piragua de al lado que desesperadas y a viva voz gritaban: “el chancho nos robó
el celular!!” y corrían hacia la espesura del monte isleño señalando al
insurrecto y delincuente animal. Confieso que la situación me tomo por sorpresa
y no alcancé a ver al cuadrúpedo en su huida y hasta desconfié de la versión.
Para que querría el chancho un celular en esos rincones de la patria si ni
señal había, casi. Nos acercamos casi con compasión a explicarle a las cándidas
niñas que los chanchos no roban celulares, que en mi vida (y eso que nací y me
crié en el campo) vi a un chancho hablar por teléfono, claro que según me
contestó la niña en esa época no había celulares, lo cual era la pura verdad,
si ni siquiera teléfono fijo teníamos en el campo. Estuve tentado de llamar a
mi amigo Torno, odontólogo devenido tardía y brevemente en criador de chanchos
para que me diga si usaban teléfono los suyos, que según tenía entendido
estaban atendidos de primera gracias a los buenos oficios del primo Huguito, un
verdadero gurú en la crianza de chanchos y el conocimiento de las rutas de la
nación. Un verdadero GPS viviente, pero eso ya será tema de otra historia. El
hecho es que no lo llamé. Lo primero que imaginé fue que el simpático porcino
usaría el celular para alguna llamada privada y seguramente de larga distancia,
una chanchita de Guinea por lo menos y me compadecí de la dueña del teléfono y
de la cuenta que debería pagar. De todos modos no me cerraba mucho como un
animal de esas características pudiera escaparse con un teléfono, donde lo
llevaba, que lo motivó a cometer ese delito. Tenía tantas dudas…..
Pasado el momento de estupor comencé a preguntar a las
damnificadas detalles del hecho y ahí comprendí todo en forma inmediata! El
teléfono estaba en una bolsa con galletitas!! Eso es lo que atrajo al animal
que se llevó la bolsa completa. O sea que no tenía la más mínima intención de
usar el móvil, claro que ahora que lo tenía tampoco sabíamos si lo usaría. La
oportunidad hace al ladrón, no? Pero en ese mismo instante comenzó la campaña
de recuperación del aparato telefónico, teníamos pocas expectativas respecto de
las galletitas. Y cuál sería la mejor manera, llamar a ese número, lógico. Y si
el chancho atendía? “Oink, oink se comunicó con pedrito el chancho de la isla,
no puedo atenderlo en este momento, me estoy comiendo un paquete de galletas”.
Un poco loco, no. Claro que eso nunca sucedió. Nos dispersamos en abanico entre
medio de los árboles para tratar de “peinar” la zona. Aclaro que esos términos
los escuché en crónicas policiales y describe claramente la situación. Confieso
que avanzábamos con algo de temor, no sabíamos si el animal era pacífico o si
estaba armado y que actitud tomaría ante nuestra presencia. Luego de múltiples
llamados Ivo, mi hijo que es muy joven y tiene un oído nuevo y agudizado para
escuchar ruidos que yo en mi vida oiría dice: “está por acá, lo escuché”.
Fuimos en esa dirección y ahí estaba el buscado teléfono en el medio del pasto
y un poco embarrado por el contacto con el sr chancho que, no lo puedo
asegurar, pero creo que intentó usarlo, sus pezuñas estaban marcadas en el
teclado, y su hocico se adivinaba en el altavoz.
Más tarde decidimos emprender el regreso, otra vez el mismo
trámite del kayak, pero en sentido contrario, con el barro como permanente
compañía. Cuando estoy subiendo y antes de emprender el regreso miro hacia la
espesura donde habíamos encontrado el aparato y no sé si lo soñé o me pareció,
pero vi claramente la silueta del chancho poniendo una moneda en el teléfono
público. Advirtió mi mirada y me dirigió un guiño cómplice y una pícara
sonrisa. Esto último jamás se lo conté a nadie, total no me lo iban a creer!!
DB
09/11/2012
DB
09/11/2012
Empiezo por comentarte que este comentario no sera el mas refinado de mis comentarios: "me cagué de risa, y saqué como conclusión que lo que yo fumo te hace efecto a vos!" jajaj buenisimo. besos.
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