El Perro Garbuglia

Se llamaba pomposamente Bar Solanas. Parecía un lugar detenido en el tiempo. Mobiliario de varios años, techos altos con ventiladores y una onda Casablanca. Un Split como vestigio de modernidad. Todos lo conocíamos como “El Bar del Cachi”.
Cachi era el dueño eterno del boliche, con una característica. Siempre decía que estaba hinchado las bolas y que se iba a ir y no iba a laburar más. Sabíamos que tenía algunas propiedades, pero siempre ignoramos el origen.
La fauna del bar era absolutamente diversa y variopinta. El personal de la mañana es una moza que parece un mozo y el de la tarde un mozo que parece moza. Últimamente se sumó el futuro yerno de Cachi, que labura en tribunales y a veces hace la función de encargado, un poco alérgico al esfuerzo. De los clientes ni hablar. El contrahecho, jorobado que desde hace un tiempo no viene más. Tal vez se murió, no sería raro. Era una especie de gnomo, caminaba casi tocando el suelo con las manos, tenía los brazos más largos que vi y el tronco contorsionado por una cifoescoliosis severa. Se bajaba del bondi en la puerta, entraba al bar y empezaba a pedir que le paguen un café. Cachi lo frenaba rápidamente, no te hagas el boludo que tenés plata, le decía. Sentate que ya te traigo el café. Obedecía, pero inmediatamente empezaba a preguntar reiteradamente, como una letanía: ¿a qué hora juega Newels? ¿Qué hora es? ¿Puedo ir al baño?  y así mil veces cada cosa. Cachi con poca paciencia le decía que no rompa los huevos a los clientes, que tome el café y se vaya. Algunos, los que no lo conocían, se ponían mal. Nosotros estábamos acostumbrados a la escena, como parte del paisaje.
Varios visitadores médicos, como el vasco que era hincha de Independiente y tiene muy mala suerte con los autos. Julián el dueño de la farmacia de enfrente, canalla aguerrido. Jorge, cardiólogo, sempiterno fumador, demasiado flaco, pinta de haber vivido, comentarios de haber tenido muchas minas, sufriente hincha de Independiente, amigo de Cachi de afuera del bar, parece que jugaban juntos al paddle. Enrique, el dueño de la cochera de enfrente, fervoroso hincha de Central, pero escéptico. Acordate lo que te digo, el domingo perdemos, o: no hay chance de que salgamos campeones. Generalmente la pegaba, pero claro Central hace casi 30 que no moja, así que no es tan difícil. Manolo y yo.
Manolo es visitador de Investi, alto, de buen porte, cara de turro. Bostero a morir, de los que van mucho a la cancha, un verdadero kamikaze que, dice que fue a la tribuna de newels en rosario, gritó un gol de Boca y salió vivo de la hazaña. Difícil de documentar, solo creerle. Tiene toda la literatura de boca que puedas imaginar. De las últimas vacaciones en Gesell se trajo de souvenir unas fotos con Mouzo y una revelación sorprendente, sobre la que volveré en breve.  
Yo, neumonólogo, no muy fanático del laburo, creo que era el requisito para ser un comensal-dueño-empleado del bar de Cachi. Hincha de Boca, de los que no van casi a la cancha, pero escuché la campaña de Boca desde los 5 años en la vieja spica de mi hermana en el campo. Conozco mucho de futbol y de boca y tengo ciertas teorías sobre manejos turbios en el futbol, que me permiten explicar por qué razón no sale campeón siempre Boquita, como correspondería. A veces ni yo me doy cuenta del límite entre realidad y fantasía. De todos modos, eso es motivo de otra historia.
Me llama Manolo por teléfono y me dice que tenemos que reunirnos, pero no en el bar de Cachi. Nos encontramos en el de la cortada, grande, impersonal, frío, extraño para nosotros. ¿Qué carajo pasa Manolo? No sabes lo que me pasó, me dice, estuve con Roberto Mouzo. Si Manolo, ya vi las fotos como diez veces, hasta en el face están. No, me dice, no es eso lo que quiero contarte. Déjame hablar y no me cortes. Lo encuentro a Mouzo en una carpa al lado de la mía y viste como son las vacaciones, tomar mates y hablar al pedo todo el día. Veníamos hablando de bueyes perdidos y Roberto (ya lo llamaba por el nombre de pila, como si fuera un amigo) me preguntó si era de Rosario y si lo conozco al “perro” Garbuglia, un defensor rústico, mas bien bajo, que llegó a la primera de Boca en su época y que malogró su futuro por violento. Me vas siguiendo, dice. ¿Si Manolo, te sigo, pero adonde mierda querés llegar? Dice que el tal perro era de Bel Ville, se probó en Boca, donde llegó de la mano de Curioni que también era de Bell Ville, quedó, hizo las inferiores y llegó a debutar en la primera como compañero de zaga de Roberto. Tres partidos, sólo tres jugo en primera. Después pasó algo grosso y se retiró del futbol. ¡Y desapareció! Nadie supo más nada del perro Garbuglia. Y por qué se retiró, pregunto. No me quiso contar mucho, “un hecho desafortunado”, me dijo. Lo buscaron por todos lados y nada, se lo tragó la tierra. Y de eso es de lo que quería hablarte, me dice Manolo. Pongo cara de sorpresa, de ¿qué carajo se fumó? ¿Y yo que tengo que ver? Tengo una sospecha, me dice Manolo y ahí nomás me escupe una pregunta. ¿Cuál es el apellido de Cachi? Qué se yo, Cachi es Cachi a secas. Te lo digo yo, me dice, Garbuglia. Lo vi en el papel de la AFIP que tiene en la puerta del Bar. No será que está a nombre de la jermu? No, dice Carlos Garbuglia. Como el perro, le digo. ¿Tal cual y sabes qué? Me parece que ES el perro. ¿Estás en pedo Manolo, Cachi nunca agarró una bocha en su vida, lo miraste? No, de ninguna manera. Ya estuve averiguando y es perfectamente posible, me dice Manolo. ¿Viste que yo tengo un montón de libros con la historia de Boca? Bueno, en uno solo, en uno solo, encontré una foto del perro bastante mala, pero te juro que es parecido al Cachi. Me sacudí la modorra del verano y empecé a interesarme súbitamente del tema. El Cachi jugador de futbol, con tres partidos en la primera de Boca, borrado por un hecho desafortunado, una actitud violenta, pasando sus días lánguidamente en un bar perdido de la zona sur de Rosario. Seguía siendo hincha de Boca. Interesante historia. ¡Lo tenemos que encarar Manolo!! ¿Te parece? Y….si! tenemos un ídolo con nosotros y no lo sabemos. Tenemos que averiguarlo. Le decimos que sabemos esto, que es mucha coincidencia lo de su apellido y lo del perro, la edad, la época en que pasó esta historia. Además, fíjate, si lo mirás bien es chueco y tiene pinta de haber jugado al futbol alguna vez. Nos separamos con una excitación marcada y decididos a buscar un momento de soledad con el Cachi (¿o el perro?) para sacarle la verdad. El viernes le digo, a la tarde se calma todo, poco movimiento, el Cachi se sienta con nosotros y ahí lo atacamos.
Llegué a mi casa y fui a San Google, le pedí por el perro Garbuglia y ni noticias, nunca existió, pero lo dijo Mouzo….también sugirió que podría estar en Rosario y que por alguna razón quería borrar su pasado. Listo, cierro todo y espero el viernes. ¡El problema es que es lunes recién!!
La semana transcurre lentamente, voy como siempre, al bar y cada vez le veo más pinta de jugador al Cachi. Siempre me acuerdo de lo que me decía mi amigo, el Guer, de lo fácil que es crear un mito. Basta con hacer correr la bola de que la mina más fea del hospital tira la goma como una diosa para que todos la empiecen a ver linda al día siguiente. Capaz que me estaba pasando eso, con el futbol, obvio.
Finalmente llega el viernes. Termino el cónsul apurado. Quedamos con Manolo en que lo agarrábamos los dos juntos. Llego temprano y ansioso. De manolo ni noticias. Le mando un mensaje, apurate boludo! Ya voy, estoy en pediatría. Siempre en pediatría este boludo. El miedo era que Cachi a veces se hinchaba las bolas y los viernes se iba temprano para salir a caminar con le jermu. Tenía un poco de diabetes y le recomendaron caminar. Le di bastante charla. Igual había  gente, demasiada para la hora. En un momento se puso atrás de la barra, entrando a la cocina, se sentó en una silla y se quedó dormido sentado. Eso lo hacía muy seguido. Pedí un sándwich, una Coca Zero y a esperar. A las 3 y cuarto veo venir a Manolo con su valija y su paso cansino de galán maduro. Entra al bar y se viene a mi mesa. Era la de al lado de la ventana y pegada al mostrador, la que usaba cachi cuando estaba solo. En la mesa de al lado había una familia con dos pendejos que no paraban de romper las bolas. Tiraban cosas, gritaban y no paraban de pedir. Manolo se pidió un café y yo otro. Estos pendejos en algún momento se van a ir. Y se fueron nomás. Cachi se arrimó a nuestra mesa y empezamos a hablar al pedo. Ya sabíamos cómo empezar. La idea era contar nuestra experiencia futbolística. ¿Manolo, vos jugaste al futbol, pero de verdad alguna vez? El tipo se suelta y dice que jugaba como los dioses, que era un 9 de área, pero habilidoso, que había estado en las inferiores de Atlético de Tucumán, pero que el viejo, fana de Boca como el, le dijo que era la facultad o el futbol, se metió en medicina y dejó. Le faltaron unas pocas materias para recibirse y siempre lamentaba haber dejado el futbol, pero que a día de hoy todavía despuntaba el vicio con Lucio, su hijo y los amigos y que estaba intacto. Poniendo cara compungida agregaba que su mayor deseo hubiera sido llegar a la primera de Boca. Mientras tanto lo relojeábamos de costeleta a Cachi que no movía ni una pestaña, pero escuchaba atentamente y con los ojos abiertos, cosa que interpretamos como buen augurio. ¿Y vos?  me dice Manolo. Yo siempre fui muy malo para el futbol, pero voluntarioso. De todos modos y continuando con el plan contesto que jugué en el club de mi pueblo, Club Social y Deportivo Arroyo Dulce, era un defensor fuerte y con buena presencia. Metía algún hecho real, como los torneos Evita, para no mentir tanto, después me vine a estudiar y jugué en el equipo “Saldos y Retazos” en la facultad y en el Centenario B en el torneo de la Asociación Médica. Claro que Saldos y Retazos era un rejuntado de distintas nacionalidades que compartíamos algo en común, éramos todos malos y el Centenario B era donde jugaban los malos que no daban para el Centenario A, cosa que no importaba demasiado en este momento. También la dejé picando con que hubiera sido buenísimo jugar en Boca y todo eso. Pero lo que realmente importaba era lo que seguía: ¿y vos Cachi? No, dice, yo miro un poco por la tele, jugué en la escuela, pero siempre fui malo. ¿Y en el club, allá en Bell Ville? ¿Vos no eras del Club Atlético y Biblioteca Bell? No, ni loco. Insistimos un poco, pero ni mu. El tipo no se salía del libreto. ¿Y si era verdad que no tenía ni idea y nos estábamos haciendo la novela al pedo? La verdad es que no parecía un jugador de futbol, como nosotros, por ejemplo. Nos quedamos un rato más y partimos. Como siempre nos fuimos caminando despacio, cruzamos la calle y nos paramos en la vidriera de la farmacia, nos miramos y dijimos que no era, que no podía ser, que como nos íbamos a equivocar así. ¿Cachi en la primera de Boca? Andaaaaaa! Imposible.
Y al poco tiempo todo volvió a la normalidad, casi que nos olvidamos de la historia del perro Garbuglia y enterramos todo lo que habíamos sospechado.
Languidecía el verano, la historia del perro había quedado solamente en eso, una historia. Como de costumbre estábamos con Manolo en el Bar terminando la semana. En la mesa de al lado de la ventana, cerquita de la puerta se sienta un tipo solo, desconocido para nosotros. Eso era frecuente, el bar queda enfrente de los hospitales y vienen muchos familiares. Este tenía el típíco acento porteño, lleno de eses que a los rosarinos nos cae tan mal. Era un tipo grande y con mucho mundo, de esos que parece que la saben lunga, tenía en la muñeca derecha una pulserita de Boca, lo cual hizo que nos cayera más simpático, al punto que comentamos en voz baja que ese debería ser el reducto bostero de Rosario. En ese momento TODOS los que estábamos teníamos los mismos colores, el Cachi, nosotros dos, Jose el mozo y el porteño.  Va Cachi a atenderlo, le tira la carta y se para enfrente como para aclararle dudas del menú, nada sofisticado, por cierto. El tipo levanta la vista, lo mira fijo y se detiene un instante. Flaco, vosss no jugassste al futbol? profesionalmente, digo. Nunca, contesta el Cachi, rápido de reflejos. Essstasss seguro, pibe. Mirá, voy a la cancha de Boca desssde chiquito, hasssta esstuve en la comisión y vosss me hacesss acordar a un full back que tuvimos, el perro Garbuglia. En el silencio del bar esas palabras sonaron atronadoramente en nuestros oídos e inmediatamente clavamos la mirada en la escena. Nada que ver, dice el Cachi, que para cerrar le dice: ¿qué va a tomar con la milanesa a caballo? Tráeme un vino, dice nuestro personaje, sin dudarlo. Desde nuestro lugar y para no perder la oportunidad le tiramos onda. ¿Usted es de Buenos Aires? Si, de Capital dice el tipo. Ah y es bostero, dice Manolo afirmando. Nosotros también. Yo voy siempre a la cancha, agrega. Si, dice el tipo que a esa altura estaba revisando unos papeles. Y que hace por acá le pregunto. Tengo un primo internado en el Hospital Español, contesta. Perdone, pero no pudimos dejar de escuchar lo que preguntaba respecto a lo del jugador ese de Boca, el tal Garbuglia. ¿Que nos puede decir del tema? Es que el mozo es muy parecido a ese jugador que les dije, el perro Garbuglia. Pero debo estar equivocado. Y dígame, pregunta Manolo haciéndose el boludo, que paso con el perro? Justo en ese momento llega Cachi con la comida y cambiamos de tema. Apenas se va nos mandamos a la mesa del chabón esperando la respuesta. Claro que la milanesa a caballo nos demoraba las respuestas. No quiero que se enfríe el huevo, vissste, mientras le metía el pan a la yema. Miren, dice por fin, el tipo era un defensor de la puta madre, jugó con Mouzo en la zaga central. Vino de Bell Ville, hizo las inferiores y bastante pibe para la época llegó a debutar en primera. Tendría como 22 o 23 años. Es que en esa época no picabas en primera hasta grande. El pibe era bueno, pero tenía un par de expulsiones en la tercera por jugadas violentas, incluso se comentaba que le decían el perro porque llegó a morder a algún rival. Uh! Como Luis Suarez, digo. Un precursor agrega Manolo. El tipo seguía con las papas fritas y el vino y la milanga y hablaba demasiado lento para nuestra ansiedad. Y resulta que se lesiona Ruggeri y los full back centro no sobraban. El técnico, me acuerdo, era Carmelo Faraone. Lo convocó, salió de titular. La camiseta le quedaba grande, los botines eran marrones y tenían un detalle que siempre recuerdo, una calco chiquita de un perro en el talón del derecho. En esa época no había publicidad, así que el pibe le mandó eso. Tres partidos duró, tres partidos! Se sirvió vino de nuevo y empezó a pasar el pan al plato vacío con restos de huevo. Y….por qué lo rajaron, jefe. Se pone serio y dice: Eso muchachos no se los puedo decir, es uno de los secretos que guarda la vieja bombonera.
Seguramente vió nuestra cara casi implorando por una respuesta, pero no se inmutó. Pidió la cuenta, pagó, nos dio una tarjeta con su nombre y su celular y se fue, pero antes de cruzar la puerta nos hizo un guiño cómplice y nos dijo: si necesitan algo llamen, muchachos. Carlos Lafuente, representante de jugadores decía la tarjeta. Una dirección y un teléfono celular de Capital. Terminó de irse, cambiamos algunas palabras de rigor con Cachi y nos fuimos. Que hacemos Manolo? Lo llamamos ya, me dice sin dudar. Sacó uno de los tantos celulares que lleva encima, marcó y la voz del otro lado no pareció sorprendida para nada. Si quieren nos encontramos en 1 hora en el bar del Español. Estábamos parados en la puerta de la farmacia Ferran. Una hora, Manolo. ¿Qué hacemos? Volvemos a lo del Cachi. Total, le decimos que tenemos que esperar un rato, nos tomamos un feca más, hablamos un rato al pedo y se pasa el tiempo. Así hicimos. Hablamos del mecánico del Cachi y del auto que casi se le funde por recalentarlo en su último viaje a Córdoba. El pendorchito que se le salió al auto de Manolo, que casi lo deja a pata en San Clemente. Hablamos un par de huevadas más, miro el reloj. Faltaban 10. Vamos Manolo, me tengo que ir. Sí, yo voy al hospital, a pediatría, me dice. Absolutamente creíble, Manolo va 20 veces por día a pediatría. Incluso Cachi se divierte mucho con un personaje femenino al que bautizó Manola, se imaginan por qué razón. Salimos rumbo al bar del hospital. Se hizo esperar un poco el tipo, pero finalmente entra. Muchachos, ese del bar es el perro, no tengo ninguna duda. Saben cuánto hace que lo busco! ¿Bueno, nos puede contar el final de la historia? Les cuento, igual se van a enterar. El perro jugó el primer partido bastante bien. Se mandó un par de cagadas, le sacaron amarilla, pero zafó bien. En el segundo partido se afirmó. Carmelo estaba re contento con el, hasta pensaba que iba a hacer con el cabezón cuando se recuperara. Pegó un poco, pero bien, como se pegaba en esa época. Pero viene el tercer partido, en la bombonera. Jugábamos con Talleres de local. La Pepona Reinaldi la venía rompiendo. Faraone le dice al perro: el 9 es tuyo y si se te va bájalo. Qué partido! Ganamos 3 a 1 con dos goles de Tamer y uno del flaco Gareca. Iban 30 del primer tiempo, ya ganábamos 2-0. La Pepona la agarra y se va por la derecha, el 3 que era Hugo Alves se había tomado el bondi y no volvió. Mouzo como último hombre. El perro sale a cortar con todo. Los tapones para adelante a la altura de las canillas. Se escuchó el ruido y volaron las canilleras de la pepona, que cayó con un ruido sordo. No dijo ni ah. El perro cae con él, se enredan y van hasta el banderín del corner, rodando. En ese momento el tipo pega un grito aterrador y se queda agarrando el bajo vientre, como decía el gordo Muñoz. Las bolas, bah. Yo estaba en ese lado en la platea baja y veo que el perro se para y escupe algo. Me fijo y eran restos del pantalón y del calzoncillo de la pepona, pero lo más terrible fue ver un pedacito de carne, con sangre. Con Manolo pusimos cara de espanto y esbozamos un…no me digas que. Si, dice el tipo, era un pedazo de escroto, y no le arrancó el huevo de casualidad. Y todo al lado del línea. Lo llamó al árbitro que no había visto nada y le sacó roja directa. Nadie entendía nada. A la pepona la sacaron, el hecho nunca se comentó y al perro lo rajaron para siempre. Eran otras épocas, otros códigos. Talleres quería hacer kilombo, pero arreglaron con colgarlo a Garbuglia que desde ese día desapareció del mapa, hasta hoy que lo encontré. Por eso no lo van a encontrar en ninguna historia de Boca, en ninguna referencia periodística de la época. Los compañeros se callaron todos la boca y así terminó la corta carrera del perro en primera. Dicen que jugó un tiempo en el campo, pero la realidad es que nadie lo volvió a ver…hasta hoy. Les pido discreción muchachos, nos dijo. Esto no tiene que salir de estas cuatro paredes. Yo miré, porque el bar era muy grande, no es que estábamos en una pieza pequeña.
Nos fuimos en silencio, no cruzamos palabra. Llegamos a la esquina y nos despedimos con un abrazo. No teníamos nada que decir.
Recién volvimos al bar el martes, a la salida del consultorio. Nos encontramos con Manolo, todavía conmocionados por el descubrimiento. Esto se asemejaba a la tragedia de los andes, un caso de cuasi canibalismo. Manolo me dice que revisó todo y no encontró el dato de ese partido en ningún lado. Nos dijimos, che, esto debe ser joda, no está en ningún lado. El tipo del otro día nos mintió. Dijimos, el porteño se nos cagó de risa, que boludos que fuimos. En eso Cachi dice que se va a comprar naranjas y vuelve. Siempre se le acaban y cae algún boludo que le pide un jugo a las 4 de la tarde y se pone verde. Yo aprovecho para ir al baño, en el patio hay una piecita que siempre estaba cerrada. Ese día la veo entre abierta. Me asomo y veo una camiseta de boca descolorida con el número 2 en la espalda, colgada en una silla. Salgo corriendo y lo llamo a Manolo para que venga. Empezamos a mirar y ahí, en un estante unos botines marrones viejos con una calco de un perro en el talón, muy parecido al perro de Chilavert, el que tenía en el buzo. Al lado una cajita con cosas adentro. Nos pusimos los anteojos y tenía una foto chiquita de la Pepona Reinaldi, un pedazo de tela azul de pantalón de futbol, seguro, un pedacito de algodón rojo y un cuerito arrugado. En el fondo una foto desteñida por el tiempo del Cachi, perdón del perro al lado de Mouzo con la bombonera de fondo. Nos miramos y salimos rápido. Cuando venimos entrando al bar justo entra Cachi que nos mira, se sonríe, nos muestra unos dientes enormes, en los que nunca habíamos prestado atención y nos dice…ya tomaron cafés muchachos.

DB. Abril 2017





Comentarios

  1. Jajaja que divertido Daniel, te cuento, estaba buscando una imagen del perro para unas remeras y bueno entré de casualidad, me topé con el relato que me ha parecido súper, un abrazo desde Lima!

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    1. Muchas gracias Gustavo! Gratísima sorpresa, para mi. Un abrazo grande y te espero por el blog cuando quieras

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