Que van a ser monjas!!!




Siempre lamento tener que atender apurado, eso me hace perder una parte importantísima de la consulta que es la charla tranquila en la que uno puede conocer a los pacientes, sus pensamientos, sus sentimientos, sus emociones. En el vértigo diario mucho de eso se nos pasa de largo por la necesidad de cumplir horarios y de atender a muchos más de los que se podría.
Cada vez que abro la puerta para recibir a alguien en el consultorio siento que me espera una historia nueva e impredecible. En una época tenía la idea de que iba a encontrar al amor de mi vida cuando se abriera la puerta de un ascensor en un hotel desconocido. No encontré nada, pero debo confesar que mis subidas y bajadas en los hoteles se volvieron sumamente interesantes, al igual que la detención entre pisos. Quedé como Penélope esperando lo que nunca llegó, pero lo disfruté. El placer de la sorpresa, la idea de lo desconocido, el “me gusta andar, pero no sigo el camino, lo conocido no tiene misterio”.
En esta semana vinieron a verme dos hermanas a las que atiendo desde hace mucho y con las cuales tengo una relación que supera la de médico-paciente simplemente. La mayor portadora de EPOC y la menor con una patología pleural, ambas actualmente bien. Mediana edad, muy buen sentido del humor, algo que valoro enormemente.
La que vamos a llamar de aquí en más la menor, estaba aumentando de peso y en la consulta anterior le hablé un rato sobre dietas. Recuerdo que me dijo que cuando tenía hambre se tomaba un helado.  Parece que le sugerí que reemplace el helado por algo con menos calorías como por ejemplo una barrita de cereal. La verdad que yo no recordaba el hecho puntual de mi consejo, tan desubicado. Cuando le pregunté cómo iba con el peso me dijo esperá que tengo algo para vos y empezó a buscar en su cartera, Sacó una bolsita con varias barritas de cereal, me las dio y me dijo: Ah! Te las traje, comételas vos. Yo decidí seguir con los helados, y cada vez que me estoy tomando uno de Yomo me acuerdo mucho de vos. La verdad que me causó muchísima gracia, como dije valoro enormemente el sentido del humor. Ahora, cada vez que me como una barrita de cereal me acuerdo de ella.
Pero la cosa no terminó allí. Ya estábamos en un clima muy divertido por lo que su hermana mayor le dice: contale lo del camionero del otro día. Ya se estaba poniendo bueno, por lo que me decidí a escuchar y olvidarme de los tiempos y los apuros, los turnos y las pseudo urgencias. Entonces me cuenta que trabaja con unas monjitas que  hacen tareas comunitarias y que imaginé como una especie de monjas del 3° mundo, cosa que a día de hoy ni siquiera sé si existe pero me sirvió para ubicarme. Ella es maestra en un colegio religioso. Estaban haciendo trabajo de campo con las prostitutas de la ruta, mejor conocidas como ruteras, supongo que todas vestidas de civil (las monjas, obvio).  Me causó gracia que mi hijo ignorara por completo el término “rutera”y pusiera en duda su existencia con el argumento que jamás había escuchado esa palabra. Me emociona la certeza de los adolescentes que conocen “casi todo”.
Mi paciente, la maestra, estaba atenta a una prostituta que dialogaba con un camionero, supuestamente negociando el precio de un servicio. En algún momento la discusión subió de tono, el camionero hizo un gesto con el brazo en actitud de está bien, me voy y recibió un insulto como final de conversación. Al acercarse para ver qué había sucedido la maestra le pregunta si había discutido por dinero, a lo que la prostituta responde: no, maestra, sabe que pasó? Me preguntó cuánto cobraba usted. Yo le expliqué que no eran prostitutas, sino monjas y usted maestra  y sabe lo que me dijo? Pero que van a ser monjas con esa cara de puta que tienen y ahí nomás lo mandé al carajo!!!

DB
Junio 2012

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