Dani no tiene la culpa...(el suplente invisible)

 

Me crié en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires. Esos pequeños pueblos que tanto tienen en común entre si. Un pueblo partido por las vías de Ferrocarril, donde la batalla era entre los de este lado y los del otro lado del pueblo. Se llama Arroyo Dulce y guardo muchos recuerdos de los 17 años que viví ahí. Disfrute mucho de esa etapa, pero debo confesar que también hubo algún sufrimiento. En este caso me voy a referir no a un sufrimiento, sino mas bien a una frustración. En los pueblos jugar a la pelota era obligación. Lo hacíamos todos los días, de lunes a viernes en la cancha “grande” del club social y deportivo Arroyo Dulce, los sábados era al mediodía y venían los mas grandes, que en la semana laburaban, con las dificultades que ocasionaba jugar al futbol en esa época. ¡La primera era la pelota…Que pedazo de tema! Había una sola en toda la zona. Y era del Chimango, cuyo apodo no se de donde venía. Supongo que de su cara aerodinámica. Era fastidioso y de enojo fácil. Llegaba en punto con su bici y la pelota sagrada después de salir de la escuela y tomar la leche a la tarde. Era arquero, bah le gustaba atajar. Eso si nada de reclamarle si le hacían un gol tonto o cometía algún error porque desaparecía…con la pelota, por supuesto. Esta es una historia que escuché que sucedía en casi todos los pueblos. Todos supeditados a los vaivenes emocionales del dueño de la pelota que tenía esa cierta supremacía sobre el resto, ese poder que lo hacía sentirse el dueño de la cancha.

Yo no era muy bueno jugando y lo poco que conseguí no fue precisamente por mi talento sino por mi perseverancia. Claro, tal vez muchos no se imaginen lo que significa ser bueno o malo al futbol en la infancia y todos los esfuerzos para revertir esa situación.

La historia que les voy a contar empezó en el secundario, mi pasión por el futbol seguía intacta. Se armó un torneo nocturno. Entramos con el equipo de la escuela, en realidad armamos un equipo entre los amigos. Yo era alto y grandote, tenía una estampa de marcador central que mataba. Solo eso, la estampa. Pero como era un equipo de amigos me la jugué a que era titular de una. A alguien, no se a quien y de verdad que no lo sé, se le ocurrió invitar a participar en el equipo al esposo de la de dibujo. Mas grande que nosotros, mas experimentado y, lo peor de todo, marcador central. Claro, era de 7 y el arquero. RP se llamaba. Robusto, gordito digamos, pelado, con rulos en la parte donde los pelados tienen pelo. Y con la pelada sacaba todo del área.

Vi todos, absolutamente todos los partidos de ese torneo desde el banco. No entré nunca. Nos iba mal, perdimos casi todos o todos los partidos. Mis padres nunca iban a verme jugar a nada, o sea que no sabían lo que pasaba. Terminaba tarde. Cuando volvía estaban durmiendo. Al día siguiente mi vieja me preguntaba, ¿cómo salieron? La respuesta invariable era perdimos. Nunca di demasiados detalles y nunca me los preguntaron tampoco. En el rubro “detalles” pongamos el hecho de que no jugaba, fui el suplente invisible de todo el torneo. Me sentía muy mal por eso, por no jugar, no por perder. No podía sentirme parte de un equipo que no me consideró ni un momento, pero no jugar era una afrenta a mi dignidad. Solo los suplentes sabemos lo que eso significa.

Un dia viene el cura del pueblo a comer a casa, cosa que hacía frecuentemente. Hablábamos de temas diversos y entre tantas cosas salió lo del futbol. Mi vieja dice, pobre Dani con ese futbol. Se ve que tienen un equipo que no es muy bueno porque pierden siempre. El querido cura Osvaldo iba a todos los partidos, la mira a mi vieja y, tal vez en un intento por defenderme dice: Catalina, Dani no tiene nada que ver, si no lo ponen nunca. Chan!

Si quieren algo mas doloroso péguense un martillazo en un dedo, no va a ser ni la decima parte de lo que sufrí en ese momento.

Reconozco que mi mente se nubló y no recuerdo nada de lo que siguió, si mi vieja contestó. Por lo que me parece la conversación volvió a sus carriles sin insistir demasiado con el tema. Tal vez los otros partícipes de ese almuerzo tan difícil para mi carrera deportiva deben haber olvidado el hecho. Yo no…

DB. Octubre 2020

Comentarios

  1. Que buen recuerdo a pesar del banco! No te dejaron expresar tus dotes de futbolista, por suerte nadie te ha inhibido a que nos enseñes en tus disertaciones que además son muy divertidas y emotivas!

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  2. Dani tengo en mi memoria veniamos de jugar un picadito cancha grande, vos tiraste una pelota para arriba y sin querer entro en el arco, hiciste el gol cuando cruzamos el ferrocarril nos cruzamos con Anibal Marzano que tenia un diario local, y vos le comentaste la jugada para que el la publique en el diario, seguro no te acordas, pero yo lo tengo en mi memoria ese momento. Abrazo

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    1. No creo que haya sido de casualidad! Seguro que la quise poner ahi. Lo que si podes decime quien sos, me sale desconocido. Abrazo!

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  3. Hoy me quiero tomar el atrevimiento, con permiso del talentoso escritor de este blog, de contar una pequeña historia. Notarán que mis habilidades para la escritura no se comparan a las suyas, pero voy a dejar mi corazón en esto.
    Había una vez, en Argentina, un padre con un hijo. Cada año viajaban en enero a La Lucila del Mar para pasar las vacaciones de verano. Fue en uno de esos viajes que el padre le dijo al hijo "Hoy vamos a ir a ver la salida del Lucero a las dunas". El niño no comprendía completamente, pero se conformó con la explicación de que el Lucero era la primera estrella en aparecer y las dunas eran el mejor lugar para verlo. Además, esta actividad requería cierto grado de atletismo, ya que las dunas se encontraban en Aguas Verdes, un pueblo a 2km de la Lucila. Por lo tanto, había que correr hasta allí. Así que ya valía la pena solo con el hecho de trotar a orillas del mar. Llegó el momento esa tarde, luego de un largo día de playa, donde el hijo había demostrado una vez más su supremacía absoluta en los Tejos. Se vistieron acorde a la situación, shorts y zapatillas para correr, pero con una camperita, porque la noche es fresca a orillas del mar. Y empezaron su recorrido, trotando a buen ritmo, sin importar el viento en contra. No pasó mucho tiempo hasta que llegaron al pequeño pueblo de Aguas Verdes. Pero todavía faltaba caminar a las dunas. LAS DUNAS, ese lugar que en la cabeza del hijo aparecía como algo mágico, algo desconocido y que estaba ansioso por descubrir. Finalmente llegaron, evaluaron las diferentes opciones de dónde sentarse, y se posicionaron. Y ahí se quedaron un largo rato, sin hablar, aprovechando la total soledad del lugar, y simplemente mirando el atardecer, la salida del Lucero y escuchando el ruido de las olas. Eso debería ser la definición de poesía. De más está decir que la ida a ver al Lucero se convirtió en una costumbre casi diaria, y en una tradición padre-hijo. Cada año esperaban el verano para revivir ese momento mágico una vez más.
    Hoy el niño creció, se mudó a otro país, y lejos quedan ya esos tiempos del Lucero. Sin embargo, ese instante fascinante a orillas del mar con su papá, se convirtió en uno de sus lugares felices, uno de los recuerdos que atesora con el mayor de los cariños. Y ese niño, hoy un hombre escribiendo una historia en el blog de su padre, sueña cada día con poder volver a esa duna, sentarse en la arena mirando el atardecer, escuchando el ruido del mar, esperando al Lucero. Y lo más importante, compartirlo con su papá.

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    1. Hijo querido...Los recuerdos se agolpan en mi mente. Será la distancia o el día gris y lluvioso que me ponen mas nostálgico. Recuerdos que nunca olvido. Agradezco haber disfrutado profundamente estos momentos con vos, cosas sencillas que hacen a la verdadera esencia de la vida y la felicidad. Algún pequeño error respecto a lo del tejo, que no empaña para nada tu relato. Gracias hijo por emocionarme cada dia...Te quiero mucho y se te extraña siempre...

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