Mi madre, yo y mi “no arte”

 

En primer lugar, quiero que sepan que soy un impostor, un usurpador de títulos y honores. Lo tengo que confesar, no soy artista. Ojo, ya se lo había avisado a Betty y me dijo que contaba buenas historias y tenía la sensibilidad del artista. Creo que nunca me dijeron algo tan halagador como eso. Lo de contar historias viene de mi infancia en Arroyo Dulce, donde por la noche nos sentábamos a escuchar historias. Los chicos no teníamos participación alguna. Pero escuchar ayuda a aprender.

El tema es que siempre soñé con ser artista, pero hay alguien que lo soñó más que yo…mi madre y van a ver su omnipresente figura a lo largo del camino. Catalina, se llama. Ser artista no es fácil y yo les voy a contar mi recorrido por la vida intentándolo.

Soy libra y dicen que tenemos algo de artistas. No creo que mi madre hace tantos años atrás estuviera enterada del horóscopo, parece que el zodíaco era un tema menor para ella.

Desde muy pequeño comencé mi derrotero por distintas disciplinas. Primero fue dibujo. Fui durante un tiempo, que honestamente no recuerdo cuanto fue. Un total y absoluto fracaso. No recuerdo una sola obra que pueda ser digna de mención…en realidad no recuerdo ninguna obra directamente y mi profe tampoco seguramente.

Simultáneamente casi, me introdujo en la vertiente musical. Empecé piano. ¡Muy bien! Fui durante 7 años, obteniendo el título de profesor elemental de teoría y solfeo. Esos 7 años de piano no me dejaron absolutamente nada, de nuevo. Ojo, libero de responsabilidad a las profes que hicieron bien su tarea. El analfabeto artístico se ve que era yo. De esa etapa tampoco atesoro ninguna obra, mi profe seguro que tampoco…

Cuando nos dimos cuenta de que el piano no era para mí, mi madre sabiamente y para alentarme tal vez, me dijo: no importa hijo. En realidad, el piano es un instrumento sumamente incómodo, que no podrás llevar a ningún lado. Imagínate que vayas a un asado y te pidan que toques algo…piano seguro que no va a haber. Vos deberías estudiar guitarra, me dice con felicidad. Esto también tiene que ver con que, como les conté yo vivía en un pueblo muy pequeño y se hacía lo que había, no había elección. El caso es que había llegado una profe de guitarra al pueblo. Fui unos 3 o 4 años. Aprendí un par de rasguidos, armé mi repertorio con algunas canciones, que acá si recuerdo perfectamente. Tenía tres que componían mi selecta oferta: Córdoba de Antaño y A Jardín Florido, dos valsecitos de Los del Suquía y una zamba que se llama El Indio Muerto. Un poco triste y ciertamente dramática, tal vez:

Ha muerto el indio poeta, silencio le hacen los erkes y en los arroyos de Anta lloran los sauces su muerte, decía.

Con esas tres obras taladré oídos y cerebros de todos los que pasaron por mi casa durante ese tiempo. Una visita a mi hogar incluía para el visitante desprevenido el mini concierto con mis hits. Los invitados soportaban estoicamente y mi madre disfrutaba mucho esos momentos. Yo me había entusiasmado un poco, tenía una guitarra que me habían comprado con el visto bueno de la profe, que, por supuesto nunca llevé a un asado, los adolescentes suelen ser muy crueles y yo, como ya saben tengo la sensibilidad del artista…Un día, se me ocurrió preguntarle a la profe como me veía con el canto. Nunca olvidaré ese momento. El tiempo se detuvo, me miró fijo, como Mediavilla, ahora me doy cuenta de que buscaba la manera más piadosa de decir lo irremediable. Hizo un momento de pausa, mientras observaba mi carita ilusionada, y me dijo…bueno…estás para cantar en grupo, tal vez no tanto para solista. Si, parecía que era para cantar en grupos…grandes. Un coro polifónico de 300 personas y de ser posible por zoom para no llamar demasiado la atención, vieron que en zoom se escucha mal todo. Fue el principio del fin, nunca pude soportarlo. Al tiempo no fui más a guitarra. En un karaoke, hace poco hice una versión brillante de Córdoba de Antaño. Claro, la pusieron al azar y nadie la conocía, solo yo. Las canciones que se aprenden de niño no se olvidan. Tengo la certeza, sin aval científico, claro, de que uno de los síntomas del envejecimiento es la imposibilidad de seguir aprendiendo canciones. De hecho, creo que la última que aprendí completa fue La Bohemia de Aznavour allá por fines de la década del ’70.

Así fue que quedó la guitarra archivada para siempre. Mientras tanto, y a lo largo de toda mi infancia fui desarrollado una de mis pasiones, la lectura. Era un lector obsesivo. Además, y gracias a mi madre había hecho en el pueblo el curso ILVEM (Instituto de lectura veloz, estudio y memoria). Catalina no me privó de nada. Empecé con lo que serían los comics de la época, Piantadino, Lupin, Afanancio, Patoruzú, Patorucito y toda la saga de personajes de la serie. Seguí con todos los libros que pude encontrar, biblioteca mediante. En mi pueblo y en mi casa la lectura no era una prioridad. Eso implicaba dificultades a la hora de conseguir material y me generó uno de los problemas más importantes en la relación con mis padres. ¡A la salida de la escuela yo esperaba que me fueran a buscar en la casa de una compañera cuyo padre tenía una librería! Si, de artículos escolares y revistas. Tenía autorizado a retirar al fiado las cosas de la escuela. El dueño del local comenzó a darme revistas con la misma modalidad. Ese mes fue un festín. ¡Me compré todo! Incluyendo el Anteojito. No me pregunten por qué, pero el Billiken no era de mi simpatía. Pero claro, como en la canción de Sabina: todo duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rock. A fin de mes mi viejo fue a pagar, era mucho... Pidió el detalle, pago pero no se mostró nada contento con mis compras. Me ligué el reto y por mucho tiempo no me permitieron comprar revistas, salvo circunstancias excepcionales y con autorización especial y para la escuela. Ustedes saben que de leer mucho a escribir hay un paso…y de esa época de mi escuela primaria data mi primera producción literaria. Era una poesía, género que abandoné luego de ese intento y por la falta de respuesta del público. Ahí entendí eso de que nadie es profeta en su tierra. Como generalmente sucede mi poesía estuvo inspirada por el amor a una compañerita de grado que no me daba ni cinco de bolilla. No la recuerdo completa y no guardé ningún registro de la misma. Solo guardo en mi memoria la primera estrofa y como para muestra basta con un botón se las dejo. Les confieso que, por razones obvias, nunca hice público esto, o sea que ustedes serían los invitados a una especie de Avant Premier de mi poesía iniciática. Les dejo la primera estrofa:

Te veo por las mañanas

Cuando los mandados voy a hacer

Y al ver tu radiante rostro

Me siento desfallecer.

Nunca le mostré esto a ningún crítico, ni no crítico, ustedes saben que la gente no tiene gran sensibilidad y es posible que no hubieran comprendido mi arte y ni que hablar de la profundidad de mis sentimientos.

Por otra parte, no sé cómo habrá sido la primera pintura de Gustavo o la primera canción de los chicos de Río Arriba, ojo.

Después la historia es más fácil. Vine a la facultad, me instalé en Rosario. Tuve un tiempo sin leer tanto de la vida y mucho de medicina. Solo alguna carta de amor ocasionalmente. A veces escribía o garabateaba cosas. Me recibí y me formé en neumonología. Otra frustración para mi madre es que nunca me vio de guardapolvo o chaquetilla, ni con placa en la puerta. Lo mío fue un poco informal. A tal punto llegó la cosa que, como muchos saben me dediqué al Tabaquismo dentro de mi especialidad. Era muy gracioso cuando le contaba a mi vieja que me habían invitado a dar una charla en algún lado o que me iba a un congreso. Ella me preguntaba, nene, y esa charla es de medicina o de tabaco…Nunca pudo asimilar que eran la misma cosa.

Desde hace unos años y con el advenimiento de la informática armé un blog y empecé a publicar las cosas que se me van ocurriendo. Eso sí, creo que mi madre, tal vez frustrada por mi fracaso musical nunca leyó lo que escribí, pero bueno son cosas que pasan.

Ahora vivo en la ciudad río, Rosario. La navegación a vela es muy común. Voy a terminar con una reflexión que siempre hago en mis charlas. La navegación a vela tiene un principio básico que me contaron una vez. No importa por donde entre el viento sino por donde lo hagamos salir. Eso va a decidir hacia donde navega nuestro barco. En algún lado leí hace poco que el pesimista se queja del viento, el optimista espera a que cambie, pero el realista ajusta las velas. Ajustemos las velas para que nuestro barco avance hacia adelante independientemente de donde venga el viento. Que esto sirva para mi futuro artístico y para la vida de cada uno de ustedes.

Muchas gracias.

DB. Septiembre 2020. Escrito a pedido de la querida Betty Gil para la conmemoración de la semana de la FPI.

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